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martes, 20 de octubre de 2009

El Acosador

Iba yo en mi autobús de regreso a casa. En el compartimento del chofer sonaba la radiodifusora local; con todo y sus jingles alocados. Advertí que esta era la hora en la que muchos estudiantes regresaban también. Por lo menos la mitad del pasaje en el vehículo en el que iba llevaban uniforme de alguna clase. (No era tan sorprendente tomando en cuenta que no eramos más de 10 personas.) Cuando el camión se iba acercando a la esquina en la que tenía que bajar, tres chicas impacientes se levantaron de sus lugares y recorrieron el pasillo hasta el final sin importarles que el camión aún estuviera en movimiento. Entonces me quedé sentado, esperando tranquilamente a que ellas se encargaran de detener el autobús por mí.

     Distraje mi mirada por la ventana cuando el carro comenzó a disminuir su velocidad, entonces (y solo entonces) comencé mi ceremonioso paseo hasta el final del pasillo. Bajé de un brinco los tres escalones y comencé a viajar en la misma dirección que mis compañeras. Una de ellas terminó su paseo justo a la mitad de la cuadra, debajo de un almendro que sombreaba dulcemente la banqueta. Las otras dos -que debían ser compañeras de escuela, ya que llevaban el mismo uniforme- siguieron su caminata calle arriba. Al ser esa misma la dirección a la que me dirigía, me vi obligado a seguirlas.

     Las noté exageradamente serias, y supuse que era solo la situación que las mantenía calladas, ya que pareciese como sí sospecharan algo de mí. Sus pasos eran muy cortos, como si quisieran que yo las arrebasara. Pero por desgracia, sus cuerpos ocupaban toda la banqueta, y yo no estaba dispuesto a entrometerme en el camino de los carros solo para que ellas dejasen sus sospechas a un lado. Así continuamos dos calles más, y yo rogaba a dios por que ellas se voltearan hacia cualquiera de las calles perpendiculares y siguieran su camino por ahí. Pero no fue así, continuamos algunas cuadras más en la misma incomoda situación en la que, para ellas, yo era el malo. No se atrevieron a voltear por nada del mundo, y yo traté de evitar alguna mirada furtiva que pareciera que sentía interés por ellas. Sabía que cualquier interés de mi parte sería tomado a mal, así que comencé a convencerme a mí mismo de que no las iba siguiendo, sino que por algún extraño azar del destino nuestros caminos coincidieron.

     Llegamos entonces al lugar en el que tenía yo que cruzar la calle. Paré en seco, volteando através de la calle. Pude imaginar sus rostros de alivio mientras continuaban su viaje calle arriba.

domingo, 18 de octubre de 2009

No Quiero Vivir Así

Dedicado a mi amiga Gracia que sé cuanto le gustan mis cuentos.

Mi cuerpo estaba tan ensimismado que ni siquiera podía temblar del miedo. Sentía el rostro helado, debido a que la sangre se me había ido a los pies. Mis manos también se sentían heladas mientras las usaba para estrujar las de mi compañero de raite. No se como me convencieron de subirme a esta cosa. El tipo que nos había acomodado me asustó diciendo que el tubo que me sostenía estaba medio flojo, y mis compañeros empeoraron mi estado al echarse areír. Creo que el publico jamás habia visto chica más asustada.

De pronto el apartamento en el que estábamos sentados se detuvo en lo más alto, ofreciendo un verdadero espectáculo de luces a nuestra vista. Por un segundo, mis miedos se disiparon y mi estomago dejó de revolverse. Pero, sin previo aviso, dimos un bajón repentino que asustaría hasta al mas valiente. Comencé a gritar de nuevo a causa de la sorpresa. Volteé y al ver que mi amigo al que sostenía la mano estaba distraido, le grité que se volteara y me mirara a los ojos. Él obedeció mientras estrujaba mi mano y me dedicaba una mirada erxtraña. No podía dejar de gritar cada vez que bajábamos y subíamos. Esto ya estaba durando demasiado.

Poco a poco, el juego comenzó a frenar sus caídas hasta que por fin llegó a un estado de reposo total. Me bajé corriendo como pude. ¡Jamás me iban a convencer de subirme a ese juego del demonio otra vez!

martes, 13 de octubre de 2009

Extracto de Mi Diario

Martes, 13 de Octubre

Esperaba ya mi camión como era mi costumbre. Una tal ruta 9a. Estaba sentado en la banca junto a la banqueta, leyendo un libro. Al parecer mi salida coincidió con la de los estudiantes pues había varios de ellos platicando ruidosamente alrededor mío. De pronto, una chica con unos palillos orientales rojos en el pelo se acerco y se sentó junto a mí. Callada. Yo quité mis audífonos por respeto. He aprendido que si tienes los audífonos puestos en un lugar publico la gente tiende a no hablarte. Y yo en ese momento estaba ávido de conversación.

     Noté que la chica tenía los ojos rasgados, como si de una oriental se tratase. Continué leyendo mi libro tranquilamente. Pensando en mi interior una forma de entablar conversación. Después de un rato, para mi deleite, ella rompió el silencio preguntándome que qué leía. Le enseñe la portada del libro al tiempo que decía: "Pedro Paramo. ¿Has oído hablar de él?" Ella me contesto afirmativamente. Al parecer ella también lo había leído. Me pregunto que si me lo habían dejado de tarea o era por puro placer. Le replique con señas que era por gusto. En ese momento, y para mi desgracia, llego mi ruta. Me puse en pie y vi que ella hizo lo mismo. ¿Así que nos iríamos en la misma ruta? ¡Esa era una tremenda oportunidad para hacer platica! Cuando hube subido y pagado mi pasaje, me di cuenta que la chica se me había perdido entre la multitud. De pronto la divisé sentada en una de las butacas del lado izquierdo. Así, me acerqué y me planté junto a ella. El camión iba tan repleto de gente que parecíamos sardinas empacadas; sardinas con muchisimo calor. Pude ver que sacaba un libreta de su mochila y se ponía a leerla. Sentí un poco de curiosidad por ver que leía, pero mi sentido del respeto me mantuvo con la vista aparte.
  
     De pronto, vi como una mano se tendía hacia mi, con una moneda en ella. Comprendí inmediatamente que quería que la llevara al conductor, y así lo hice. Regresé como pude entre el gentilío, y me volví a plantar en el lado izquierdo de la muchacha. De pronto, al ver su cuaderno y sentir la pluma que traía en mi bolsillo una idea estupenda cruzó mi mente. Toqué suavemente su hombro con mi mano para hacerla voltear. Cuando la muchacha hubo volteado le pedí cortésmente un pedazo de papel. Ella aceptó después de pedirme que le repitiera mi petición. Entonces comencé a temblar mientras mi mano alcanzaba mi bolsillo por la pluma. Tomé el pedazo de papel e intenté escribir en él, mas no pude escribir muy claramente por los tumbos que daba el camión al avanzar. Cuando hube terminado lo que escribía, el papel se veía algo como esto:

Gonzalo
312 177 6589

     Doblé el papel lo mas que pude y lo sostuve entre mi puño cerrado. Al ver que el camión se acercaba a mi parada, llamé una vez más a la chica y le entregué el papel. Acto seguido: encontré mi camino entre la gente. Tuve que gritar que se esperaran pues al parecer el camión estaba a punto de partir de nuevo y yo no acababa de bajar. Ese corto grito muy característico de este tipo de situaciones: "¡Bajan!". Una vez bajé del camión comencé a caminar calle arriba sonriendo. Eché un vistazo a al camión para ver si la chica de los palillos me estaba mirando, aún extrañada por lo que acababa de hacer. En vez de eso solo la vi con la mirada hacia abajo, como si estuviera tratando de entender lo que había escrito. O tal vez solo estaba muy apenada como para mirarme.